Krugman: De vuelta a la gran depresión

devueltaalaeconomiadelagranEstá bien: esto no tiene nada que ver con los medios, pero interesa. Estaba leyendo el libro del premio Nobel Paul Krugman “De vuelta a la economía de la gran depresión y la crisis del 2008”. En realidad es una actualización del libro viejo, en el que narra muy bien las crisis de la década del 90: Mexico, Argentina, Tigres Asiáticos y Corea. La edición se actualiza con el capítulo 10, que se los quería dejar para leer porque de por sí es interesante. Yo era uno de esos que no recordaba el nombre de Krugman hasta que ganó el premio Nobel, pero me cautivó la sencillez para contar cosas complicadas, en especial sobre países como Argentina y México, siempre tan imposibles de contar. “Rico como un argentino”, así dice Krugman que nos llamaban en Europa antes de la Primera Guerra. Cuánto cambió el mundo para nosotros…

De vuelta a la economía de la Gran Depresión

La economía del mundo no está en depresión; probablemente no caiga en una a pesar de la magnitud de la crisis actual. Sin embargo, aunque la depresión como tal no ha regresado, la economía de la depresión, es decir, la clase de problemas que caracterizaron a buena parte de la economía mundial en los años treinta, ha hecho una reaparición sensacional.
Hace quince años casi nadie creía que las naciones modernas se verían forzadas a soportar dolorosas recesiones por temor a los especuladores de moneda, ni que importantes países avanzados fueran incapaces de generar suficiente gasto para mantener ocupados a sus trabajadores y fábricas. La economía mundial ha resultado ser un lugar mucho más peligroso de lo que imaginamos.
¿Por qué se volvió el mundo así de peligroso? Más importante aun, ¿cómo podremos salir de la crisis actual y qué podemos hacer para evitar que tales crisis ocurran? En este libro he contado muchas historias. Ahora es el momento de exponer algunas lecciones.
¿Qué es la economía de la depresión? ¿Qué significa decir que la economía de la depresión ha regresado? Esencialmente significa que por primera vez en dos generaciones, unas fallas de la demanda en la economía –es decir, un gasto privado insuficiente que no utiliza la capacidad productiva disponible– se han convertido en una clara y patente restricción para la prosperidad de buena parte del mundo.
Nosotros, me refiero a los economistas, pero también a quienes formulan la política económica y el público informado, no estábamos preparados para esto. El conjunto específico de ideas tontas que ha reclamado el nombre de “economía de la oferta” es una doctrina excéntrica que tendría poca influencia de no ser por el atractivo que ejerce sobre los prejuicios de editores y hombres ricos. Sin embargo, en las últimas décadas el énfasis del pensamiento económico ha ido cambiando y ha dejado el estudio del problema de la demanda para concentrarse en la reflexión sobre el problema de la oferta.
El cambio fue en parte el resultado de disputas teóricas dentro de las ciencias económicas que, como ocurre con frecuencia, poco a poco se filtraron en forma algo confusa hacia una discusión más amplia. En resumen, la fuente de las disputas teóricas fue esta: en principio la caída en la demanda general se curaría a sí misma si los salarios y los precios cayeran rápidamente en vista del desempleo. En la historia de la deprimida cooperativa de niñeras, una manera de resolver la situación habría sido que el precio por cuidar niños durante una hora, en términos de cupones, cayera de tal manera que el poder adquisitivo de los cupones existentes hubiera aumentado y la cooperativa hubiera regresado al “pleno empleo” sin ninguna intervención por parte de su administración.
Esto no ocurre en la realidad o, si ocurre, toma mucho tiempo; sin embargo los economistas no se han podido poner de acuerdo en cuál es la razón precisa para que ocurra. El resultado ha sido una serie de amargas disputas académicas que han convertido el tema de las recesiones y cómo suceden en una especie de campo profesional minado que cada vez menos economistas se atreven a pisar. Y el público con razón ha concluido o bien que los economistas no entienden las recesiones o que los remedios del lado de la demanda están desacreditados. La verdad es que la antigua macroeconomía de la demanda tiene mucho que ofrecer en nuestros apuros actuales, pero a sus defensores les falta convicción mientras que sus críticos son intensamente apasionados.
Paradójicamente, si las debilidades teóricas de la economía sobre la demanda son una razón por la cual no estamos preparados para regresar a asuntos como la depresión, sus éxitos en la práctica son otra razón.
Durante décadas, mientras que los economistas discuten si la política monetaria en realidad se puede utilizar para sacar a una economía de la recesión, los bancos centrales han tomado la iniciativa. Y lo han hecho tan eficientemente que la idea de una caída económica prolongada debido a una demanda insuficiente se volvió inverosímil.
Con seguridad la Reserva Federal y sus contrapartes en otros lugares podían reducir las tasas de interés lo suficiente para mantener alto el gasto. Excepto en el muy corto plazo, entonces, la única limitación del desempeño económico sería la habilidad de una economía para producir
–es decir, un problema de oferta–.
Aun hoy, muchos economistas todavía piensan en las recesiones como un asunto menor y consideran su estudio un tema de dudosa reputación. (…)
Mientras tanto, en el corto plazo el mundo tambalea de una crisis a otra y todas ellas implican de manera crucial el problema de generar suficiente demanda. Japón desde comienzos de los años noventa en adelante, México en 1995, México, Tailandia, Malasia, Indonesia y Corea en 1997, Argentina en 2002 y casi todo el mundo en 2008, un país tras otro han venido experimentando una recesión que, al menos temporalmente, ha deshecho años de progreso económico y ha puesto al descubierto que las respuestas convencionales de la política económica parecen no tener ningún efecto. Una vez más el asunto de cómo mantener una demanda adecuada que haga uso de la capacidad de la economía se ha vuelto crucial. La economía de la depresión ha regresado.

Qué hacer: lidiar con la emergencia
Lo que el mundo necesita ahora es una operación de rescate. El sistema global de crédito está en estado de parálisis y la recesión global adquiere fuerza mientras escribo esto. La reforma de las debilidades que hicieron posible esta crisis es esencial pero puede esperar un poco. Primero tenemos que lidiar con el peligro claro y presente. Para hacer esto quienes formulan la política económica de todo el mundo necesitan hacer dos cosas: conseguir que el crédito fluya de nuevo y estimular el gasto.
La primera tarea es la más difícil de las dos, pero debe hacerse y pronto. Difícilmente pasa un día sin noticias acerca de un nuevo desastre ocasionado por el congelamiento del crédito. (…)
Lo que hay detrás del encogimiento del crédito es la combinación de una confianza reducida y de un capital diezmado en las instituciones financieras. Las personas y las instituciones, incluyendo las financieras, no quieren hacer negocios con nadie a menos que tengan un capital sustancial para respaldar sus promesas, y sin embargo la crisis ha agotado el capital de todos.
La solución obvia es colocar más capital. De hecho, esa es la respuesta estándar en una crisis financiera. (…)
Aunque se demoró en llegar, en parte gracias a la inclinación ideológica de la administración Bush, ahora está en curso un rescate financiero similar en Estados Unidos y en otras economías avanzadas. En un principio, después de la caída de Lehman Brothers, el Departamento del Tesoro propuso comprar $700 mil millones en activos en problemas de los bancos y otras instituciones financieras. (…)
Después de vacilar durante tres semanas Estados Unidos siguió el camino que ya habían trazado primero Gran Bretaña y luego los países de Europa Continental y convirtió el plan en un esquema de recapitalización.
Parece dudoso, sin embargo, que esto vaya a ser suficiente para dar la vuelta a las cosas, al menos por tres razones. Primero, aun si los $700 mil millones son utilizados para una recapitalización (hasta ahora sólo una fracción ha sido comprometida), seguirá siendo una cantidad pequeña en términos del PIB comparada con el rescate bancario japonés, y es razonable decir que la severidad de la crisis financiera de ahora en los Estados Unidos y Europa rivaliza con la de Japón. Segundo, todavía no está claro qué tanto del rescate va a llegar al sistema bancario a la sombra, el corazón del problema. Tercero, no está claro si los bancos van a estar dispuestos a prestar los fondos en vez de sentarse sobre ellos (problema que enfrentó el New Deal hace setenta y cinco años).
Mi estimación es que la recapitalización finalmente se tendrá que hacer más grande y que tarde o temprano tendrá que haber más determinación en el control del gobierno: en efecto, llegará a ser algo muy cercano a una nacionalización temporal completa de una parte significativa del sistema financiero. Sólo para ser claros, esto no es un objetivo de largo plazo, un asunto de alcanzar las cimas de la economía: las finanzas deben reprivatizarse tan pronto sea seguro hacerlo, tal como Suecia volvió a colocar el sistema bancario en manos del sector privado después de su enorme rescate a comienzos de los años noventa.
Pero por ahora lo importante es aflojar el crédito a través de cualquier medio a la mano sin enredarse en nudos ideológicos. Nada sería peor que dejar de hacer lo que es necesario por temor de que actuar para salvar al sistema financiero sea un poco “socialista”.
Lo mismo puede decirse de otro método para resolver la escasez de crédito: meter a las reservas federales temporalmente en el negocio de prestarle directamente al sector no financiero. La disposición de la Reserva Federal de comprar valores negociables es un importante paso en esta dirección, pero será necesario más.
Todas estas acciones deben ser coordinadas con otras naciones avanzadas.
La razón es la globalización de las finanzas. Parte de la recompensa de los rescates de Estados Unidos del sistema financiero es que ayude a aflojar el acceso al crédito en Europa; parte de la recompensa de los esfuerzos de rescate europeos es que aflojen su crédito aquí. Así que todos deberían hacer más o menos la misma cosa: todos estamos en esto juntos.
Y una cosa más: la extensión de la crisis financiera a los mercados emergentes hace que un rescate global para los países en desarrollo sea una parte de la solución a la crisis. Como con la recapitalización, una parte de éstos ya estaba andando al momento en que escribo esto: el Fondo Monetario Internacional estaba suministrando préstamos a los países con economías con problemas como Ucrania, con menos moralización y exigencia de austeridad que la que utilizó durante la crisis asiática de los años noventa. Mientras tanto, la Reserva Federal suministró líneas de intercambio para varios bancos centrales de mercados emergentes, dándoles el derecho a prestar dólares en la medida de la necesidad. Como con la recapitalización, los esfuerzos hasta ahora parecen ir en la dirección correcta pero son muy pequeños, así que serán necesarios más.
Aun si el rescate del sistema financiero comienza a devolverle la vida a los mercados de crédito, de todos modos nos enfrentamos a una recesión que está adquiriendo impulso. ¿Qué se puede hacer frente a ello? La respuesta, casi con seguridad, es un estímulo fiscal al buen estilo keynesiano de toda la vida.
Ahora bien, Estados Unidos ensayó un estímulo fiscal a comienzos de 2008 que, tanto la administración Bush como los demócratas del congreso declararon como un plan para “reiniciar” la economía. Los resultados reales, sin embargo, fueron desalentadores por dos razones.
Primero, el estímulo fue muy pequeño, apenas cerca de 1% del PIB. El siguiente debería ser mayor, digamos tanto como 4% del PIB. Segundo, la mayor parte del dinero del primer paquete tomó la forma de rebajas de impuestos, muchos de los cuales fueron ahorrados en vez de ser gastados.
El siguiente plan se tiene que enfocar en sostener y expandir el gasto del gobierno, sosteniéndolo al suministrar auxilios a los gobiernos locales y estatales, expandiéndolo con el gasto en carreteras, puentes y otras formas de infraestructura.
La objeción usual al gasto público como una forma de estímulo es que toma mucho tiempo en echar a andar, que a la hora que el impulso de la demanda llega la recesión ha terminado. Sin embargo esa no parece ser una preocupación importante en el momento: es muy difícil ver una recuperación económica rápida a menos que una nueva burbuja llegue a reemplazar la burbuja de la vivienda. (Un titular en el periódico satírico The Onion resumió perfectamente el problema: “Una nación plagada de recesiones exige una nueva burbuja para invertir en ella”.)
Algunos lectores pueden objetar que suministrar un estímulo fiscal a través del gasto en obras públicas es exactamente lo que hizo Japón en los años noventa, y es así. Aun en Japón, sin embargo, el gasto público probablemente evitó que una economía débil se hundiera en una depresión de verdad. Además, hay razones para creer que un estímulo a través de obras públicas funcionaría mejor en Estados Unidos que en Japón si se hiciera pronto. Para comenzar, no estamos todavía atascados en la trampa de expectativas deflacionarias en la que cayó Japón después de años de políticas insuficientemente fuertes. Y Japón esperó demasiado para recapitalizar a su sistema bancario, error que esperamos no repetir.
El punto de todo esto es enfrentarnos a la crisis actual con el espíritu de que haremos lo que sea necesario para dar la vuelta a las cosas. Si lo que se ha hecho hasta ahora no es suficiente, hay que hacer más y hacer algo diferente hasta que el crédito comience a fluir y la economía real comience a recuperarse.
Y una vez que el esfuerzo de la recuperación esté bien encaminado, será el momento de pasar a las medidas profilácticas: reformar el sistema para que la crisis no vuelva a suceder.

Reforma financiera
John Maynard Keynes afirmó que teníamos problemas con el alternador al comienzo de la Gran Depresión: buena parte del motor económico estaba en buena forma pero un componente crucial, el sistema financiero, no estaba funcionando. También dijo esto: “Nos hemos metido en un lío colosal después de habernos equivocado en el control de una delicada máquina cuyo funcionamiento no entendemos”. Ambas afirmaciones son tan verdaderas hoy como lo eran entonces.
¿Cómo surgió este segundo lío colosal? Como consecuencia de la Gran Depresión rediseñamos la máquina de tal forma que sí la entendiéramos, al menos lo suficientemente bien como para evitar grandes desastres. Los bancos, la pieza del sistema que funcionó tan mal en los años treinta, fueron colocados bajo estricta regulación y fueron apoyados por una fuerte red de seguridad. Al mismo tiempo, los movimientos internacionales de capital, que jugaron un papel desestabilizador en los años treinta, también fueron limitados. El sistema financiero se hizo un poco aburridor pero mucho más seguro.
Luego las cosas se volvieron de nuevo interesantes y peligrosas.
Flujos crecientes de capital internacional prepararon el escenario para unas crisis devastadoras de la moneda en los noventa y para una crisis financiera global en el 2008. El crecimiento del sistema bancario a la sombra, sin una correspondiente extensión de la regulación, preparó el escenario para las retiradas de los depósitos bancarios de los últimos días a escala masiva. Estos retiros involucraron frenéticos clics del ratón del computador en vez de multitudes frenéticas en las puertas cerradas de los bancos, pero no fueron menos devastadoras.
Lo que vamos a tener que hacer, claramente, es aprender de nuevo las lecciones que la Gran Depresión les enseñó a nuestros abuelos. No trataré de exponer los detalles de un nuevo régimen regulatorio, pero el principio básico debería estar claro: cualquier cosa que tenga que ser rescatada durante una crisis financiera porque juega un papel esencial en el mecanismo financiero, debe ser regulada mientras no haya una crisis para que no involucre grandes riesgos. Desde los años treinta a los bancos comerciales se les ha requerido tener un capital adecuado, mantener reservas de activos líquidos que se puedan convertir rápidamente en efectivo y limitar los tipos de inversiones que hacen, todo a cambio de garantías federales cuando las cosas vayan mal. Ahora que hemos visto una amplia gama de instituciones no bancarias generar lo que constituye una crisis bancaria, una regulación comparable tiene que extenderse a una parte más grande del sistema.
Vamos a tener también que pensar más acerca de cómo tratar con la globalización financiera. Como consecuencia de la crisis asiática de los años noventa hubo algunos llamados para imponer restricciones de largo plazo en los flujos de capital internacionales, no solamente controles temporales en tiempos de crisis. En su mayor parte, estos llamados fueron rechazados a cambio de una estrategia de acumulación de grandes reservas de moneda externa que se suponía que espantarían las crisis futuras. Ahora parece que esta estrategia no funcionó. Para países como Brasil y Corea ello debe parecer como una pesadilla: después de todo lo que han hecho, están atravesando por toda la crisis de los noventa de nuevo. No está claro exactamente qué forma debe tomar la siguiente respuesta, pero la globalización financiera definitivamente ha resultado aun más peligrosa de lo que nos dimos cuenta.

El poder de las ideas
Como se habrán dado cuenta los lectores, yo creo no sólo que estamos viviendo una nueva era de la economía de la depresión sino que John Maynard Keynes, el economista que le dio sentido a la Gran Depresión, es hoy más relevante que nunca. Keynes concluyó su obra maestra, La teoría general del empleo, el interés y el dinero, con una famosa disquisición acerca de la importancia de las ideas económicas: “Tarde o temprano son las ideas, no los intereses creados, las que son peligrosas para bien o para mal”.